Cuando acompañar hace posible la autocuración
A veces pensamos que la curación, ya sea del cuerpo o de la mente, ocurre como un acto externo, casi técnico, que alguien hace sobre nosotros. Pero tanto en medicina como en psicología sucede algo más profundo: la verdadera curación es un proceso interno, una fuerza vital que cada persona posee y que, cuando encuentra las condiciones adecuadas, tiende naturalmente a repararse.
Un cirujano lo sabe bien. Su trabajo no es “curar” la herida, sino colocar los tejidos en la mejor posición posible para que sea el propio organismo el que cicatrice. La sutura, por sí misma, no hace que los tejidos se regeneren: solo crea el marco adecuado para que el cuerpo active su capacidad de autocuración. Sin embargo, todos sabemos que sin esa sutura precisa, sin esa mano experta que ordena lo roto, la herida podría no cerrar bien, infectarse o dejar una marca innecesariamente profunda.
Las heridas emocionales también necesitan un marco seguro
Con las heridas emocionales ocurre algo parecido. Cada persona tiene dentro la capacidad de elaborar su dolor, de reorganizar su historia, de simbolizar aquello que un día fue demasiado confuso o demasiado intenso. Pero esa capacidad, igual que el proceso biológico de cicatrización, necesita un contexto adecuado. Necesita condiciones. Necesita un marco seguro. Y es ahí donde aparece el papel del psicólogo.
El psicólogo, como ese médico que sutura, no impone una curación, pero sí acompaña, ordena, sostiene y facilita que algo que estaba desbordado pueda volver a tener forma. En ocasiones ayuda a juntar los “bordes” de una experiencia fracturada; en otras reduce la tensión emocional que impedía ver con claridad; en otras simplemente ofrece un espacio donde el dolor puede ser mirado sin convertirse en una herida que se abre una y otra vez.

Las cicatrices emocionales como huellas de reparación
Hay cicatrices físicas y cicatrices emocionacionales. Algunas casi no se ven; otras recuerdan algo que dolió mucho. Pero incluso esas cicatrices hablan de un proceso de reparación, de una herida que en algún momento cerró. Y lo mismo ocurre en el mundo interno: una cicatriz emocional no es un fracaso, es la señal de que algo ha sido trabajado, elaborado y transformado. A veces queda una marca, sí, pero una marca que ya no supura ni duele al mínimo roce, sino que forma parte de la historia de alguien que pudo seguir adelante.
Por eso existen los profesionales, los especialistas, los que saben cómo acompañar ese proceso sin invadirlo. La autocuración es propia del paciente, pero el acompañamiento es lo que permite que esa capacidad se despliegue. Igual que un cirujano no cura por sí mismo, pero su intervención hace posible que el organismo haga lo que sabe hacer, el psicólogo no “arregla” emocionalmente a nadie: crea un espacio donde el mundo interno puede repararse con la precisión, el tiempo y la profundidad que cada persona necesita.
Al final, toda terapia es un encuentro entre una herida que busca cerrar y un marco que le permite hacerlo. Un acto de respeto hacia la capacidad humana de sanar, y hacia el delicado arte de acompañar sin sustituir lo que solo puede producirse desde dentro.

