Introducción
La búsqueda del bienestar es una constante en la vida humana, pero lo que entendemos por "bienestar" evoluciona a lo largo de nuestra existencia. Desde la infancia, cuando la satisfacción inmediata se valora por encima de todo, hasta la vejez, cuando la reflexión sobre el propósito y el legado cobra mayor relevancia, nuestras prioridades cambian profundamente.
Esta transición puede observarse a través de dos grandes tradiciones filosóficas: el hedonismo y el eudemonismo.
- El primero propone que el placer es el objetivo más importante de la vida, que la felicidad reside en la búsqueda de gratificación inmediata y en la evasión del dolor.
- En contraste, el eudaimonismo, desarrollado por filósofos como Aristóteles, sostiene que la verdadera felicidad se alcanza a través del florecimiento humano, la autorrealización y el desarrollo de virtudes que nos permitan vivir en armonía con nuestros valores más profundos.
Este artículo explora cómo estas dos perspectivas se manifiestan en diferentes etapas de la vida humana.
Además, se examinan las aportaciones de autores contemporáneos como Viktor Frankl, quien en su obra El hombre en busca de sentido sostiene que la búsqueda de propósito es esencial para encontrar sentido incluso en las situaciones más adversas, y María Dolores Avia y Carmelo Vázquez, quienes, en Optimismo Inteligente, abogan por un enfoque equilibrado del bienestar, que integra la positividad y el sentido de la vida en un contexto realista.
Al relacionar estos conceptos con las etapas evolutivas, buscamos comprender cómo las motivaciones humanas cambian con el tiempo, y cómo el equilibrio entre el placer y el sentido puede contribuir a una vida plena y significativa.
Etapas Evolutivas y su Relación con el Bienestar
La vida humana puede analizarse en diferentes etapas, cada una de las cuales refleja una tendencia hacia la búsqueda de placer (hedonismo) o hacia la búsqueda de sentido (eudaimonismo).
Infancia
Durante la infancia, la experiencia del mundo se filtra principalmente a través del cuerpo y los sentidos. El niño busca placer en lo inmediato: jugar, explorar, moverse, recibir afecto. No existe una planificación a largo plazo ni una noción clara de futuro; el tiempo se vive en presente continuo.
El hedonismo en esta etapa no implica superficialidad, sino una forma natural de adaptación y aprendizaje. A través del juego, del disfrute sensorial y del vínculo afectivo, se establece una base segura desde la cual el niño podrá posteriormente construir sentido.
El deseo de placer es también una forma de conexión: con los otros, con el entorno, y consigo mismo.
Adolescencia
La adolescencia inaugura una etapa de contradicciones. Por un lado, continúa la búsqueda de placer —ahora más ligada a la pertenencia, la novedad y la afirmación de la identidad—; por otro, emergen preguntas existenciales: ¿quién soy?, ¿qué quiero?, ¿hacia dónde voy?
Aquí comienza a perfilarse la tensión entre hedonismo y eudaimonismo. El adolescente oscila entre la inmediatez del deseo y la necesidad de encontrar un propósito que dé coherencia a su vida. Es un tiempo de ensayo, de crisis necesarias, donde el conflicto puede ser terreno fértil si se acompaña adecuadamente.
Juventud
La juventud marca el comienzo de la búsqueda consciente de un proyecto vital. Aunque el placer sigue siendo importante, empieza a estar al servicio de algo más profundo: la construcción de una identidad coherente, la elección de vínculos significativos, el desarrollo de una vocación.
Aquí el eudaimonismo comienza a ganar terreno. El joven ya no se conforma con sentirse bien; quiere estar bien consigo mismo y con sus decisiones. Aparecen elecciones fundamentales: carrera, relaciones, estilo de vida. Y con ellas, el riesgo del vacío si esas elecciones no se sienten auténticas.
Es una etapa marcada por la necesidad de autonomía, pero también por una gran vulnerabilidad. El miedo al error, la presión social y las expectativas pueden enturbiar el camino hacia el sentido. Por eso, el acompañamiento —más horizontal que directivo— puede ser clave.
Madurez
En la madurez, muchas personas comienzan a encontrar un ritmo más estable. Ya no se trata tanto de buscar quién se es, sino de vivir en coherencia con lo que se ha ido descubriendo.
El placer no desaparece, pero suele integrarse en experiencias más profundas: el disfrute de una conversación significativa, el logro de un objetivo importante, el cuidado de otros. El sentido cobra centralidad: contribuir, dejar huella, sostener vínculos auténticos, cultivar una vida interior más rica.
Aquí el eudaimonismo se vive con mayor serenidad. No se trata de grandes hazañas, sino de actos cotidianos con significado.
También es un tiempo en el que muchas personas comienzan a revisar su trayectoria: lo logrado, lo perdido, lo que aún queda por hacer. El balance vital se vuelve inevitable, y con él, el deseo de dar forma a una vida que haya valido la pena.
Vejez
Finalmente, la vejez invita a mirar la vida con una perspectiva ampliada. El tiempo ya no se experimenta como una promesa infinita, sino como una dimensión finita que da valor a lo vivido.
Es una etapa en la que predomina la reflexión, el deseo de integrar las experiencias y encontrar sentido en lo que fue. Aquí, el placer se vuelve más sutil: está en la contemplación, en la sabiduría compartida, en la capacidad de disfrutar del presente sin prisa.
Pero lo más importante es el anhelo de trascendencia: dejar un legado, transmitir valores, ser recordado no solo por lo que se hizo, sino por lo que se fue. La vejez puede ser una oportunidad privilegiada para reconciliarse con el propio pasado, resignificar heridas y cerrar ciclos.
Es también un momento fértil para descubrir que el sentido no depende del hacer, sino del ser.

Así, a lo largo de las distintas etapas vitales —desde la infancia centrada en el placer inmediato, pasando por la juventud que ensaya sentidos posibles, la madurez que los consolida, hasta la vejez que los reviste de trascendencia— se despliega un recorrido en el que nuestras motivaciones se transforman.
Este tránsito, de una búsqueda más hedonista hacia una más eudaimónica, refleja el modo en que crecemos como personas: al principio queremos sentirnos bien; con el tiempo, necesitamos sentir que nuestra vida tiene sentido.
En esta dirección apuntan autores como Viktor Frankl, quien, desde su experiencia extrema, afirmó que incluso en el dolor más profundo puede encontrarse una razón para vivir. En El hombre en busca de sentido escribió:
"La vida nunca se vuelve insoportable por las circunstancias, sino solo por la falta de sentido y propósito."
Del mismo modo, María Dolores Avia y Carmelo Vázquez, con su propuesta de Optimismo Inteligente, sostienen que una actitud realista y esperanzada ante la vida fortalece nuestro equilibrio emocional. Según ellos:
"El optimismo inteligente se basa en una visión equilibrada de la realidad, que permite mantener la esperanza sin caer en la ingenuidad."
Ambas perspectivas coinciden en lo esencial: que el bienestar profundo no surge únicamente de evitar el dolor o de acumular placeres, sino de vivir de forma coherente con nuestros valores, con una orientación interna que dé sentido a lo vivido.
En definitiva, integrar el gozo del presente con una mirada orientada al propósito nos permite transitar cada etapa con mayor conciencia y plenitud. Porque vivir bien no es solo sentirse bien, sino saber para qué vivimos.