Dolor y sufrimiento: no son lo mismo
En algún momento de la vida, todos nos encontramos con el dolor. Puede ser la pérdida de un ser querido, una ruptura, un diagnóstico inesperado, un fracaso laboral o incluso esos pequeños momentos de la vida cotidiana que nos confrontan con la frustración. El dolor es inevitable. Forma parte de nuestra condición humana.
El sufrimiento, en cambio, no es lo mismo que el dolor. Muchas veces lo usamos como sinónimos, pero no lo son. Mientras que el dolor es una experiencia inevitable, el sufrimiento está más ligado a cómo interpretamos, resistimos o nos contamos lo que nos duele.
Dolor: lo que sentimos
El dolor es la experiencia directa: la punzada emocional, la tristeza que se instala en el cuerpo, las lágrimas que aparecen sin aviso. Puede ser físico o emocional, pero siempre es una reacción natural ante una pérdida, una herida o un cambio.
Ejemplo: perder un empleo genera dolor porque nos conecta con la incertidumbre y la inseguridad.
Sufrimiento: lo que añadimos
El sufrimiento surge cuando al dolor le añadimos pensamientos como:
- “Esto no debería pasarme”
- “No voy a poder con esto”
- “Siempre me toca lo peor”
- “Nunca más voy a estar bien”
En otras palabras: el dolor es lo que ocurre, el sufrimiento es la historia que construimos alrededor de ese dolor.
Ejemplo: la misma pérdida de empleo se convierte en sufrimiento cuando empezamos a creer que “soy un fracaso”, “no sirvo para nada”, “nadie me va a contratar jamás”.

Por qué duele menos cuando miramos el dolor
Cuando intentamos tapar el dolor, huir de él o fingir que no existe, el malestar no desaparece: se acumula. Esa acumulación es la que se transforma en sufrimiento.
En cambio, cuando aceptamos mirar lo que duele y lo trabajamos —con palabras, con apoyo, con acompañamiento terapéutico— el dolor encuentra un cauce y puede transformarse. No deja de doler de un día para otro, pero se vuelve más llevadero, más humano, más habitable.
En la pérdida, el dolor es el malestar natural y necesario del duelo: pasarlo tan mal como corresponde a lo que hemos perdido. El sufrimiento, en cambio, surge cuando gestionamos ese dolor de manera inadecuada: cuando lo resistimos, lo negamos o tratamos de evitarlo a toda costa.
Aquí se encuentra una de las claves del duelo: aprender a sostener el dolor para que no se convierta en sufrimiento.
La dificultad es que la mayoría de quienes atravesamos un duelo tenemos la tendencia a deflectar: hacer cosas no para disfrutar, sino para huir del dolor y anestesiar el malestar. Pero ese intento de evasión nos aleja de lo que necesitamos atravesar. El dolor no es un enemigo a eliminar, sino una experiencia que, aunque dura, resulta necesaria para integrar la pérdida y seguir adelante.
Ejemplos de la diferencia
Dolor: fallece un ser querido.
Sufrimiento: quedarme atrapado en la idea de que “no voy a poder seguir viviendo sin él/ella”.
Dolor: una ruptura de pareja.
Sufrimiento: pensar “si me dejó, es porque no valgo nada”.
Dolor: fracasar en un proyecto.
Sufrimiento: repetirme que “nunca tendré éxito, no tiene sentido intentarlo”.
¿Qué podemos hacer?
Nombrar el dolor: darle palabras, reconocerlo, no negarlo.
Aceptar la emoción: la tristeza, la rabia o la frustración son señales, no enemigos.
Observar los pensamientos: preguntarnos si lo que estamos pensando es un hecho o una interpretación.
Pedir apoyo: hablar con alguien de confianza o con un profesional permite mirar el dolor desde otros ángulos.
Trabajarlo en terapia: no para “eliminar” el dolor, sino para acompañarlo y evitar que se convierta en sufrimiento crónico.

Una invitación a reflexionar
El dolor no podemos evitarlo: forma parte de vivir. Pero el sufrimiento sí podemos trabajarlo. Al aprender a distinguirlos, descubrimos que tenemos más recursos de los que creemos para atravesar lo que nos duele.
Si hoy sientes que tu dolor se ha convertido en un peso demasiado difícil de cargar, quizá sea el momento de acompañarte a mirarlo y trabajarlo. No se trata de vivir sin dolor, sino de no quedarnos atrapados en el sufrimiento.

